miércoles, 21 de enero de 2009

NUNCA DIGAS adios

-¿Y qué piensas hacer ahora?-, se preguntaba mientras entrelazaba sus propias manos.
Sentado sobre su cama, solo en calzoncillos y una polera puestos, seguía recordándolo, como ya lo venia haciendo desde hace meses, casi, casi desde que se separaron y quizá aun más.
Se acarició los brazos, como si tuviese frío, -¡Pero qué mierda, si es verano!-, pero tenía la piel helada.
Se rascaba la frente mientras recordaba aquellas tardes de principios de Abril, cuando había viajado para estar juntos los dos por unos días en Viña, -¡Mis viejos se van por una semana, así que me quedo solo en el departamento!-, fue la llamada motivante, para ambos. Se recostó con los ojos cerrados sintiendo la brisa helada de la tarde en el cerro Barón, donde está la Iglesia de santa Rita de Casia,-¡Me encanta valpo!-, le decía Oscar.
Con esa imagen se dispuso a llamarlo; no se hablaban desde que se separaron en la estación “Universidad de Santiago” del metro en la capital, hace seis meses.
Estaba nervioso, no sabía como reaccionaría al escucharlo, se sentía un poco más valiente por las cervezas que esa tarde había bebido junto a su amiga Helga,-¡Pero eso no asegura nada!-, marcó su número celular y le habló,-¡¿Andrés, hola cómo estás, soy Oscar!-, al otro lado del fono hubo un breve silencio, pero la conversación se dio en un tono ameno, hablaron y recordaron. Era Oscar el que más hablaba, un poco la ansiedad, otro tanto las cervezas, al final se despidieron acordando la posibilidad de verse pronto y tomar juntos un café.
Oscar, se sentía alegre, pero al mismo tiempo preocupado porque de todas formas Andrés, se había percatado de que estaba bebido y eso era quizá patético.
Durante la semana se siguió sintiendo estúpido,-¡No debí llamarlo, estaba “bebido”, debo haberle parecido un imbécil!-, hasta que se decidió a viajar a Viña del mar y recorrer aunque fuera solo todos aquellos lugares preferidos por ambos y llegar hasta el cerro Alegre, solo para pasear por el mirador y luego pasar al “Olor café”, a tomar un chocolate italiano o un café irlandés.
Era viernes y a eso de las dos de la tarde se encontraba en la avenida Valparaíso en pleno centro de Viña, caminó por unos minutos mirando las tiendas, hasta que se detuvo en uno de los bancos y se sentó, ensayó una vez más lo que iba a decir,-¡Hola Andrés, estás ocupado o tienes algo qué hacer…, ah, porque quería saber si quieres dar un paseo conmigo y tomarnos el café qué acordamos…, sí, estoy en Viña!-, pasaban por su mente todas las posibles respuestas, la gran mayoría negativas.
Pasaron otros minutos dudando, hasta que un fuerte suspiro dio paso a que tomara el teléfono desde su bolso, buscó su nombre (Joven Andrés), y lo marcó.
Dijo todo tal como lo había ensayado, apretó los ojos esperando lo peor, pero al final en 25 minutos llegó Andrés a la cita.
Estando frente a frente, se sonrieron nerviosamente, Andrés alzó la mano y Oscar lo abrazó; fue un abrazo corto, un poco incómodo, pero seguía habiendo cariño.
Caminaron toda la avenida del mar, luego estuvieron un rato en la playa, la conversación era rara, como intentado demostrar lo “maravillosamente” bien, que están, se miraban, se sonreían, pasó rápidamente la tarde, ya había llegado la hora de ir por el café…
Se detuvieron frente al local, Oscar miraba como un niño maravillado de estar nuevamente ahí, Andrés lo miraba sonriente y también emocionado.
Una vez dentro, sintieron el alivio que da la calidez de esos pequeños locales llenos de aromas a café, chocolate, la canela y naranja de las galletas, la amabilidad de la anfitriona; pidieron la once “especial”, consistente en un surtido de galletas caseras de naranja, manzana, trigo y chocolate, más dos cafés uno de butterscoth y el otro italiano, en tazones de greda.
Al poco rato Andrés no aguantó y dio comienzo al tiempo de la verdad,-¿Qué quieres Oscar, qué pasa?-, este lo miró mientras revolvía su café en el bello tazón de greda pintada, se encogió de hombros, volvió a sonreír.
El silencio solo era interrumpido por otra pareja en una mesa cercana, tomaron una galleta de la bandeja, las manos se rozaron, se miraron; mientras Andrés le daba el primer mordisco a la suya, Oscar le contestó,-¡No lo sé, te he extrañado mucho, quería saber de ti, saber si estabas bien, eso…!-, volvieron a sonreír.
-¡Nos separamos hace seis meses, no era lo que queríamos, no era lo que tú, querías, no lo hicimos porque nos traicionamos, nunca existió “alguien” entre nosotros, fue más por tu inseguridad, por mis problemas económicos, por malos entendidos, tus reacciones viscerales, mi extrema calma, quizá mi falta de acciones o actitudes cariñosas hacia ti, tal vez nuestra diferencia de edad, nuestra diferencia de carácter, no lo sé…, solo sé qué eres el mejor hombre en mi vida y te extraño!-.
Andrés escuchaba, su corazón latía fuerte, a pesar de querer parecer distante e inmutable, seguía queriendo mucho a Oscar; sabía muy bien que hubieron errores de ambos, que la distancia jugaba un “rol” en contra, importante, él en Viña y su “amor” en Santiago, pero realmente lo de ellos era distinto a lo usual en este tipo de relaciones, los dos siempre fueron honestos, (¡Bueno, lo típico que todas las parejas creen!).
-¡Además siempre me decías que no podías ser amigo de un “ex”, por eso tenía temor de llamarte y que me colgaras el fono o me mandaras a la mierda; los primeros meses igual estuve tranquilo, te recordaba, pero estaba relativamente bien, luego me enteré de que estabas con otra persona, fue incomodo, pero así es la vida, como diría Grace Jones…!-.
Los dos rieron fuerte, se les iba yendo la once en recuerdos, siempre miradas cómplices y furtivas.
El ambiente se les hacía más íntimo, romántico, bebieron otro café,-¡Estás más lindo!-, le dijo Andrés,-¡Y tú, igual de guapo!-, fue la respuesta de Oscar.
Siguieron en silencio, uno dulce, cálido, hasta terminar sus cafés, pidieron la cuenta y a pesar de insistir en que la pagaran a medias, canceló Oscar.
Salieron y ya estaba oscureciendo, caminaron por el paseo Atkinson, se detuvieron en el hermoso mirador del cerro Alegre, a ver los últimos segundos de sol ahogándose en Valparaíso, se oscureció rápidamente y las luminarias hicieron su espectacular aparición, los cerros comenzaban a brillar, pero de una manera distinta y eso maravillaba a Oscar,-¡A veces llegué a creer que te gustaba más Valpo o Viña qué yo…!-, le reprochó con ternura Andrés.
Se miraron fijamente varios segundos, para luego tomarse secretamente las manos.
Bajaron en el desvencijado ascensor del cerro, iban solo ellos dos dentro, Oscar miraba embobado por las ventanas, mientras Andrés estaba sentado mirándolo y recordando el pasado de hace seis meses.
Ya en la calle, caminaron en dirección al centro de la ciudad, el ruido de las micros, colectivos y autos particulares no rompían el silencio de ellos.
-¿Qué hacemos ahora?-, preguntó Andrés, un largo suspiro de Oscar, acto seguido se encogió de hombros,-¡Al terminal de buses, se está haciendo tarde y ya debo irme…!-, volvieron a hacer mutis y siguieron caminando, no quisieron abordar una micro a pesar de la distancia prefirieron ir de a pie (¿Para qué tanta prisa?).
Quedaba poco tiempo, aun había que hablar, aun dolía el pecho, era ahora o nunca,-¿Me quisiste alguna vez?-, largó Andrés y sin mediar tiempo siguió,-¡Yo te quise mucho, lloré cuando nos separamos…, pienso que fuiste bueno conmigo, pero qué nunca me quisiste, que lo nuestro, mejor dicho lo “tuyo”, jamás fue amor…!-.
Siguieron su camino en silencio, a pesar de lo dicho estaban tranquilos, cada cierto rato Oscar lo miraba y le guiñaba un ojo…
-¡Siempre te quise!-, dijo Oscar.
Andrés lo miró triste.
-¡Aun te quiero…, siempre desee amarte, pero tú ibas demasiado rápido y no te dabas cuenta de que me exigías lo mismo, siempre creías que todo debía ser cómo tú, lo imaginabas, cómo en los cuentos de hadas, yo no calzaba en tu supuesta “normalidad” de las cosas, cuántas veces te lo dije…, sé qué me equivoqué, que me faltó ser más afectivo, demostrártelo…, algunas veces me comporté como un niño chico y quién no...?, nunca pensabas bien antes de hablar, dijiste cosas feas, dolorosas, te imaginabas lo peor y nada estaba pasando…, tú siempre ibas veloz, ya me amabas, yo también quería amarte, pero me ganabas y te molestaba eso, nunca separaste qué tú, no eres yo…, y a pesar de todo este tiempo, a mi manera te amo, al final de la “carrera” te amo…, no pienses nunca que no te quise, nunca digas que no eres importante para mi, jamás he pensado o sentido que fuiste un anécdota en mi vida…!-.
Andrés lo miró fijamente, tenía muchas sensaciones, sus ojos brillaban al final le sonrío, los dos suspiraron hondamente.
El resto del camino fue lento y silencioso, una vez en el terminal de buses, los dos buscaron el pasaje más económico, ya pasaban de las 21:30 hrs.; y el que compraron era para un bus que salía en ocho minutos más.
Se sentaron en una de las bancas en el andén, compartieron un cigarro, hablaron poco. El bus llegó a la hora exacta, ya era el tiempo, se abrazaron fuerte, esta vez fue intenso, largo y para nada incomodo.
Oscar caminó rumbo al bus,-¿Nos volveremos a ver?-, le preguntó Andrés a la distancia. Oscar le sonrío,-¡Siempre!-, le dijo convencido.
Al rato el bus partió.
Esa noche Andrés y Oscar se lloraron por última vez, las playas de Valparaíso y Viña del Mar estuvieron en silencio…

No hay comentarios:

Publicar un comentario