miércoles, 21 de enero de 2009

TIRA...DO EN LA CAMA

Tirado en la cama, a eso de las tres de la tarde, escuchaba música. El calor era insoportable. Por lo mismo, se encontraba sólo en calzoncillos, no tenía deseos de nada, sólo de descansar, pero que eso poco le duraría.

Un presentimiento, esa sensación en el estomago que parece que todo aprieta y te sube y te baja, eso que te quita la tranquilidad y te provoca una ansiedad de la que no puedes explicar ni entender, solo resta esperar, esperar…

Sus manos se movían por todo su cuerpo, le picaba la cabeza, la espalda, las piernas, los glúteos, las orejas, como si miles de moscas se parasen sobre su cuerpo por el placer de verlo retorcerse de desesperación.

Pronto bostezó una y otra vez, sus ojos se perdían en la pieza, más bien en las cortinas de la ventana que da al patio, tratando de ver que estaba pasando afuera con los gatos que corrían con sus pesados cuerpos por el débil techo de la terraza. Hacían pensar en personas, en niños que juegan a pillarse y eso le angustiaba cada vez más. El sueño se hacia más poderoso y lo vencía a cada minuto, lo abrazaba y no lo dejaba razonar. Nuevamente volvió a bostezar, hasta que se olvido que estaba despierto.

Pronto golpearon la puerta con gran fuerza, se levanto con la torpeza del somnoliento y se puso un short, salió a ver quien tenia tanto apuro. Cada paso le significaba un esfuerzo tremendo y tropezaba con las sillas del comedor, después con los sillones del living. Todo lo hacía con total y magnifica torpeza. Parecía un chiquilín de tres años.

Estaba frente a la puerta y la veía de manera distinta, no se había dado cuenta de que estaba manchada con dedos sucios y zapatos vulgares que se apoyaron en ella, quizás en aquella fiesta donde llego tanta gente y el no conocía a ni un tercio de toda esa muchedumbre. El color pastel de las paredes se había perdido, era algo gris, triste, como si fuera sucio. Solo al observar con los ojos abiertos sintió una gran tristeza, una soledad sin razón, el vacío en las sienes, un frío en el cuerpo que se termina cuando nuevamente golpean con mas fuerza que la vez anterior, no dejándole seguir observando lo demacrada que era la habitación del living.

Cuando abrió la puerta entraron cinco sujetos muy rápido, que no alcanzo a reconocer y solamente miraba sin poder entender. Todo se veía oscuro, sus ojos estaban encandilados con el sol, más bien con la luz que alcanzo a recibir cuando abrió la puerta. Los sujetos estaban impávidos y solo lo observaban con ojos duros, cristalinos, al borde de la ira. No se movían, no hablaban.

Pronto sus pupilas pudieron apreciar mejor a los “No Invitados”. Tenía curiosidad y nervios, pero no podía reflejarlos. Estaba inmóvil al igual que sus “No Invitados”. Solo movía sus esferas visuales y los veía.

Todos vestían iguales, todos de negro, zapatos gruesos negros, pantalones ajustados al cuerpo negros, jersey negro, guantes negros, sus rostros pintados de negro y unos gorros con viseras color pastel en sus cabezas.

Mientras terminaba de contemplarlos, ellos se acercaban a él con suavidad, rozando su piel hasta tocarlo. Las caricias eran cada vez más. Pronto uno de ellos lo beso apasionadamente y el resto le mordía el cuerpo con ternura, no sabia que hacer, si correr y pedir ayuda o quedarse a vivir esas sensaciones de aquel momento.

En ese instante, uno de los no “No Invitados” le corto una tetilla con una hoja de afeitar y mientras sangraba no dejaba de besarse y así los demás lamían su cuerpo que enrojecía por la sangre. Sentía una mezcla rara de pánico y placer que prefería cerrar los ojos y sentir que no estaba.

Mientras los otros le cortaban los dedos de los pies, él no grita, no puede; una mano recorre su espalda y con tranquilidad le corta la carne en giros y líneas paralelas con un bisturí. La sangre caía rápidamente y mojaba el piso de madera que la succionaba; le mordieron las nalgas hasta sacarle pedazos y no gritaba; se seguía besando. Sus brazos sin fuerza volaron por el aire hasta tocar con fuerza la pared gris. Ahí sus manos pegaron con sendos clavos.

Pronto le cortarían una oreja por la mitad y al rato la otra era arrancada de un mordisco. Sus piernas las abrieron y desde los muslos acariciaban con exacerbante morbosidad, con deseos, con sudor, con pasión, con nervios. Empiezan a cortar en líneas horizontales, profundas; toman una sierra y desde las rodillas cortan, para luego guardarlas en una bolsa. Una de las tantas manos que se paseaban por él, se deslizo hasta los genitales, se retiro el guante y su blanca piel contrastaba con sus lindas uñas rojas; tocaba con dulzura sus partes íntimas.

Él la podía ver mientras se seguía besando, sus manos se rasgaban por el peso del cuerpo y la sangre desteñía aun más la triste pared, pero no podía evitar el placer de esa mano que poco a poco era más excitante y brusca. El no lograba darse cuenta de las perdidas de su cuerpo.

Luego los gorros color crema volaron por toda la sala del living y largas cabelleras rojas se agitaban en el aire espeso de la sala, mientras él sudaba y sangraba su cuerpo. Luego los ojos tuvieron color, color de verdad. Eran profundos, vivos, que se reían de él y su patético cuerpo mutilado, pero muy excitado. Los labios se enrojecieron y se hicieron extremadamente sensuales. Sus pechos se hicieron ver como grandes brotes de vida, como flores que necesitan el sol y salen a buscarlo; son grandes, poderosos, suaves que se deslizan por lo que queda de su cuerpo, rozando las yemas de unas manos ansiosas, pero torpes. Cuando en eso le cortaban el dedo anular de su mano izquierda, caían lágrimas de unos ojos nublados, pero no gritaba, el dolor era inmenso. Su corazón se agitaba de tal forma que se sentía en toda la casa, pero se detuvo justo cuando era cercenado el dedo meñique de su mano derecha. Por fin se quejo. Se ahogaba con la saliva. El dolor ya no lo podía soportar, pero se excitaba aún más.

La boca se le llenaba de babas y lenguas de sus “No Invitadas”. Le mordían los labios, la cara, le jalaban el pelo, cuando un grito gutural se escapo, sintió desprenderse sus genitales y en los sollozos abrió los ojos y vio a ELIZA sobre él, con sus manos apretando su sexo y reclamándole sus servicios de buen amante y esposo. Sus largos cabellos rojos tocaban sus ojos llenos de lágrimas y en ese momento pudo comprender que estaba ahí para darle a aquella mujer que eligió para toda la vida lo que quería. Y por que no complacerla, ella lo merece; hasta poder eliminarla. Ella es peligrosa…

No hay comentarios:

Publicar un comentario